Cuando entré reconocí la casa inmediatamente, pues ahí vivió un amigo del Iteso. La misma distribución, muy pocos muebles y la alberca al fondo. Lo mismo pero diferente.
Poco a poco los más sui generis personajes empezaron a poblar el lugar, formando grupitos que iban llenando el jardín. Algunas máscaras como de carnaval pululaban por el lugar, mientras las sonrisas, los saludos y los brindis se sucedían repetidamente.
Al poco rato los acordes de un saxofón llegaron hasta mis oídos, preludio de lo que venía. Primero fue uno, después se acercaron los demás y en un santiamén el sax se encontró acompañado por cuatro djembes que marcaron el ritmo de la noche.
Más tarde llegó Marcel con su acordeón y se integró al toquín. Y mientras ellos tocaban se armó la ronda para romper la piñata, que no podía quedarse atrás y ostentaba imágenes anticapitalistas...
Baile y ritmos tribales. Humo y cerveza. Cuando finalmente llegó la lluvia, la fiesta se trasladó a la sala donde los cuerpos continuaron contonéandose al rítmico golpeteo.
Y aunque la lluvia invitaba a quedarse bajo techo, finalmente el cansancio de la semana y la falta de cerveza nos marcó la pauta para emigrar.
Hoy, ya más repuesto, la noche se presenta tentadora para buscar nuevas rutas...
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1 comentario:
uy que buena nochecita, extraño el olor a lluvia de mi tierra, caà llueve pero ni hay tambores ni ese olor a tierra mojada..en fin..e abrazo...
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