No tuve ni chance de echarle un último vistazo a la calle desde nuestra ventana, de un momento a otro hicieron su aparición dos diablitos y 6 cargadores que, sin mayor tiento, desalojaron el espacio que utilizábamos desde octubre del año pasado.
Y tal como lo tenían planeado los señores de Servicios Generales, todas nuestras cosas (computadoras, escritorios, sillas, archiveros y demás) fueron depositadas en nuestra nueva oficina a pesar de ser más pequeña.
Bien dicen que todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar y así fue, sin embargo, el ‘pero’ no se hizo esperar y de la manera más irónica posible: ¿y nosotros qué?
Sí, todo quedó en el nuevo lugar, pero como vil bodega: cajas encima de los escritorios, y todo amontonado, de tal manera que no podemos ni pasar de la puerta.
Obviamente tampoco tenemos conexiones eléctricas ni acceso a internet ni líneas telefónicas ni nada… tan sólo polvo, polvo blanco (yeso) de tabla roca por todos lados y la promesa de que nos van a ampliar el espacio de trabajo.
No quisiera ser tan exigente, pero ¿no era posible ampliar el espacio antes de mover nuestras cosas? ¿era imposible notar que no íbamos a caber?
Claro que media mañana nos la pasamos vagando de un lado a otro, visitando oficinas de otras áreas mientras llegaba la hora de la salida, pues aunque no podíamos trabajar tampoco podíamos irnos.
En fin, en estos casos es mejor no hacer bilis, hay ciertas mentalidades contra las que uno no puede hacer nada.